Un sermón del Apóstol  Pablo para predicadores.

De los siete sermones de Pablo que encontramos en el libro de Hechos, aunque si incluimos Hechos 14:14-18 serían ocho, solo uno de ellos es dirigido a cristianos: el que se registra en Hechos capítulo 20 del cual nos ocuparemos en este breve estudio.predicador-hlm

Obviamente es un sermón dirigido a Ancianos, pues fue predicado directamente a ellos (v.17). Sin embargo los informes de Pablo acerca de la obra en Efeso tienen valor también para los predicadores.  Pensamos también que tiene implicaciones para todos los miembros de la iglesia. Recuérdese que Pablo y los ancianos de Efeso no eran los únicos presentes; pues Pablo tenía por lo menos a ocho compañeros de viaje (v. 4-6). Queremos por lo tanto, extraer de este texto, verdades que sean aplicables a los predicadores.

¿QUE ES PREDICAR?

Dado que muchos no predican, puede parecer extraño hablarles a los que no son predicadores sobre el predicar. Es valioso que los cristianos, conozcan lo que las escrituras dicen de lo que es el predicar. (Los que no son predicadores necesitan saber qué deben esperar de los predicadores, y deben apreciar lo que un predicador concienzudo hace).

Es común que muchos de los conceptos de lo que es predicar se basen en prácticas denominacionales, no en la enseñanza bíblica.

Todo aquello con lo cual NADA tiene que ver el predicar:

Mejor comencemos según el sermón de Pablo, con todo aquello con lo cual no tiene NADA que ver el predicar:

NO tiene nada que ver con una vida de holgura. Pablo habló de pruebas y lágrimas que le habían venido (v.19 y ver también el 31). Habló de largas horas: «de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno» (v.31); él no tenía un empleo de 8a.m a 5p.m. Habló de «prisiones y aflicciones» que le aguardaban en Jerusalén (v.23).

El predicar no tiene NADA que ver con el hacer dinero. Podemos imaginar que vemos a Pablo mostrando sus toscas y callosas manos a los ancianos cuando decía: «para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido» (v.34). Es bíblico que un predicador sea sostenido (Lucas 10:7, 1 Corintios 9, 1 Timoteo 5:18). Pero ello no es todo con lo que tiene que ver el predicar. El predicar tiene que ver, más bien, con el cumplir el ministerio especial, propio de cada uno.

El predicar no tiene nada que ver con seguridad laboral. Pablo les dijo a sus oyentes: «Voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer» (V.22). Los predicadores no saben día a día lo que el mañana ha de traernos. El texto también revela la verdad en el sentido de que el predicar no tiene nada que ver con el pastorear. Pablo no mandó a llamar a los predicadores que estaban en Efeso, sino a los ancianos (v.17). Tal como se ve, los ancianos son los pastores (vv.17, 28); un predicador no es «el  pastor». (Ocasionalmente, un predicador puede que sirva como uno de los ancianos, pero en su capacidad de predicador desde el punto de vista bíblico, él no es «el pastor»).

Todo aquello con lo cual SI tiene que ver el predicar.

Pasando de lo negativo a lo positivo, el sermón nos dice lo que debe ir incluido en el predicar. Casi todo el mundo tiene su propia idea acerca de cómo un predicador debería usar su tiempo, y sus propias nociones acerca de aquello sobre lo cual el predicador debería predicar. Hagámosle la pregunta a Pablo: «¿qué es todo aquello con lo cual tiene que ver el predicar?. ¿Qué hizo usted en Efeso?».

Podemos imaginar que lo vemos diciendo primero: «prediqué y enseñé». (vv.20, 25). Las palabras de Pablo no dicen nada acerca de los quehaceres triviales que perturban las vidas de los predicadores y que los apartan de su tarea primordial.

Después, podemos imaginar que oímos a Pablo expandiendo sus palabras: «prediqué y enseñé la palabra de Dios». Habló de «la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados» (v.32).

Pablo hizo énfasis en que él predicó y enseñó toda la palabra de Dios.  El no omitió anunciarles todo lo «que fuese útil» (v.20), insistiendo que era «limpio de la sangre de todos», pues no había «rehuido anunciarles todo el consejo de Dios» (vv.26-27). La primera responsabilidad del predicador es ante Dios. No es hacer a la gente feliz, ni hacerla sentirse bien, ni hacer más grandes multitudes, sino; ¡Predicar «todo el consejo de Dios!» (V.27).

Ahora lo imaginamos diciendo: «prediqué y enseñé toda la palabra de Dios  en todo lugar que pude«. El enseñó «públicamente y por las casas» (v.20). El predicador que cree que todo lo que debe hacer es «llenar el puesto del púlpito», no comprende el alcance del desafío que se le ha hecho.

Por último, podemos imaginar que oímos a Pablo proclamando: «prediqué y enseñé a todos los hombres«. El solemnemente testificó «a judíos y a gentiles» (v.21). No tuvo favoritos. Un predicador no está preparado para ayudar a nadie sino hasta que esté preparado a ayudar a todos.

¿Cuál debería ser la actitud del predicador­?

Pablo no solo habló de lo que el predicador debería hacer; también habló de cómo el predicador  debería sentirse.- de las actitudes que debe desarrollar. Es más difícil tener las actitudes correctas que tomar las acciones correctas.

Un predicador necesita una actitud de humildad. Pablo sirvió al Señor «con toda humildad» (V.19). La palabra «ministro» significa siervo. Un predicador es sencillamente un siervo (Romanos 12:3, Filipenses 2:3,5). El no es un pastor; su trabajo no es gobernar a la iglesia. ¡Su trabajo es predicar la palabra! Y debe predicarla toda.

Un predicador necesita una actitud de confianza. Pablo estaba lleno de cicatrices, desde la coronilla de su cabeza hasta la planta de sus pies (2 Corintios 11:23-33). Si yo hubiera estado en sus sandalias, habría dicho: «He sufrido lo suficiente. He hecho mi parte. Es hora de retirarme». Pablo, no obstante, no tenía planes de desistir. ¿Qué sería lo que lo mantenía en movimiento? ¿Sería su confianza en el Señor? (vv.21, 32). ¡Sucediera lo que sucediera, él estaba en las manos del Señor!. En lo que concernía al futuro, él les dijo a los ancianos de Efeso:  Ahora, he aquí ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa  mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. (Vv.22-24).

El comienzo del versículo 24, es interesante porque Pablo dice que «de ninguna cosa (hacía) caso». Nosotros hacemos caso de una multiplicidad de cosas: Tememos a la crítica, a la muerte, al fracaso, a la enfermedad, a la soledad, a la inseguridad laboral, al futuro, a la vejez. Dejamos que los problemas personales, los problemas de salud y el estrés del trabajo nos depriman. Pablo por otro lado, decía que lo único que le preocupaba era el cumplir con la comisión que Dios le había dado. ¡Y serle fiel hasta el final!.

El predicador también necesita una actitud de compasión. Dos Veces, en el sermón, habló Pablo de derramar lágrimas (vv.19, 31). Los hombres verdaderos pueden llorar (Juan 11:35; 2 Corintios 2:4; Filipenses 3:18). Si todo lo que se incluye en el predicar no toca su corazón. ¡No sea un predicador!

(Tomado del sitio http://www.evangelistaenlinea.com, Hernando Motta Rocha)

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